Otro día en la oficina
1: Primera línea de fuego
La mañana se presenta peleona para Erin, como cada inicio de semana. Su silla es la más caliente en la oficina de recursos mundanos. Su responsabilidad, atender en primera instancia a cada uno de los denunciantes, tras pasar por triaje, que todo hay que decirlo, no hacen muy bien su trabajo. No recuerda un lunes en el que no le toque sacar las uñas, y este no sería diferente. El primero de la fila, un gorila problemático. Le basta un vistazo para darse cuenta. No cesa en sus espavientos, mientras le explica a un pingüino que hay detrás de él los problemas que lo traen a dar problemas. Y Erin no tiene los bigotes para enredos.
—¿Quién va? —pregunta de mala gana, detrás de sus defensas.
El gorila salta contra estas, se coge al mostrador y grita:
—Esto no puede continuar así, ¡no señor! Ya está bien de soportar ultraje tras ultraje. ¡No estoy dispuesto a…!
—¡Aclárese! ¿Qué quiere? ¡No estoy para gritos! —A Erin se le eriza hasta el último pelo, y la cola de punta avisa de lo que viene si no se relaja el tono, pese a que el gorila excede en cincuenta veces su tamaño.
—Tan solo hice uso del derecho de descubrimiento. Pero estos humanos no entienden de leyes… ¡No entienden de nada!
—¡Maldito triaje! —exclama, alzando su vista, mientras niega con la cabeza—. Venga, siguiente —dice, buscando con los ojos tras el gorila. —Este no se mueve ni un palmo.
El pingüino avanza cual Elvis de salpicadero, en su continuo e inservible aleteo, mientras las miradas se clavan en ojos ajenos a su alrededor. Los nervios se apoderan del lugar a primera hora de un lunes—. «Qué raro… —piensa Erin, con sarcasmo».
—Ya me echaron de la oficina de recursos transcendentes —insiste el gorila—. ¡Encima eso! Tener que aguantarlos después de todo. ¡Me pegó con un palo! —medio grita y llora, mientras golpea su pecho—. ¡El jodido niño me pego con un puto palo! No sé cómo me contuve…
—Verá… —dice Erin con toda la paciencia que puede robarle al resacón del fin de semana—, aquí no podemos tramitar un recurso que implique a los humanos. Para eso está la oficina de recursos transcendentes. Y si le echaron de allí, será por algo. No podemos frenar al mundo por un punto de vista equivocado, ¿lo entiende?
—¡Allí son todos unos perros! —lloriquea el grandullón.
—De nada ayuda la obviedad, y a mí se me acumula el trabajo. ¡Siguiente! —vuelve a gritar, apartando la mirada del gorila.
—Pero… yo solo grabé unos videos con un móvil que me encontré. —Se resiste él a abandonar la línea.
El pingüino avanza, tras la orden surgida del mostrador. Mientras tanto, el gorila implora atención, y a causa de los nervios, se le escapa una ventosidad que hace retumbar el suelo bajo sus pies. Todos lo miran y arrugan el hocico. El pingüino acelera el paso. Intenta taparse la nariz con su inútil extremidad, pero se ve obligado a sobrevivir al hedor, concentrado en el rítmico vaivén de su ala, que jamás llegará a aliviarlo del pedo, y su cómico balanceo al andar, como si el temblor hubiese sido sísmico y no del simio. La escena, lamentable. Y Erin se contenta un tanto con el resultado. Sonríe.
Las melenas, a través de las ventanas de dirección, miran hacia allí. «Ya está bien de que hagan lo que quieran en triaje —se dice—. Parece que disfruten de amargarme los lunes».
—Usted dirá —se dirige al pingüino.
—Vengo a denunciar un robo —dice este, mientras aletea en su quietud, sin esperanzas de volar. —Ese pensamiento saca una sonrisa a Erin.
—¿No será el móvil del que habla el gorila? —pregunta vivaz.
—Es algo mucho peor —asevera, mientras las risas recorren la fila.
—Nombre —exige.
—Awari.
—Y ¿qué es lo que le han robado?
—A mí no, oficial, a todos nosotros.
«Vaya… un charlatán —musita Erin para sí».
—El tiempo no se midió para ser desperdiciado, ¿sabe? —insiste, tras el mostrador.
—Y ¿usted sabe lo que perdió el gorila? —pregunta señalando a tan poderoso como decaído mamífero, que no termina de alejarse de la línea—. Que, por cierto, tendrá un nombre… —El cabeceo incomprensible del pingüino parece querer decir algo. El gorila, inexplicablemente, lo entiende.
—Víctor. —Asiente.
—No… si encima tiene nombre humano —recrimina Erin—. La razón no entiende de complejos —dice, mirando al pingüino—. O se aclara, o pasa el siguiente.
—Lo que Víctor perdió es su dignidad, su identidad, y lo más importante, la alegría.
—No lancemos acusaciones de ese calado por unos videos de nada, hacedme el favor. ¡Pruebas! Necesito pruebas para aceptarlo a trámite. Se trata de una de las diez leyes, no hablamos de cualquier cosa.
—Ahora verá —dice Awari. Dobla una de sus alas, la mete en un bolsillo de su pelaje, y con la torpeza propia de quien camina como péndulo sin destino, saca su móvil, que, como es normal, cae al suelo. El pingüino se agacha a recogerlo, y su nula flexibilidad propicia un batacazo de campeonato. Las risas se extienden por la línea como la pólvora. Incluso Erin cree que implosionará tras el mostrador. «Que nos roban la alegría, dice… —piensa, mientras tira de la carcajada para sí». Se contiene.
Víctor lo ayuda a levantarse y él mismo cogie el móvil.
—¿Qué pretendes enseñar…?
—Tus videos, por supuesto —contesta Awari—. La mirada del gorila cae al suelo.
Cuando Awari le da al play con la resbalosa punta de su ala, la sonrisa de Erin se esfuma.
En la imagen aparece Víctor, que se ve entonces a sí mismo, avergonzado por el espectáculo.
—Así que te gusta contemplar a los humanos, ¿eh? —pregunta Erin.
La imagen muestra el jardín de una casa, tras un primer plano de él mismo. Un par de crías humanas juegan bajo el árbol desde donde él grababa. Para entonces nadie de la fila ríe ya. El ridículo no es merecedor de carcajada sino de compasión. Todos intuyen lo sucedido. Ese homínido no se llamaba Víctor por casualidad, y solo los humanos son dueños de los nombres que ponen.
—¿Seguro que te encontraste el móvil? —pregunta Erin.
—Por supuesto que lo encontré. ¿Qué insinúa? Sí no fuese por inmigrantes como nosotros nadie haría los trabajos más duros. Yo vine a levantar su país, no a robar.
—No hay de qué avergonzarse, Víctor, pero tampoco nada que denunciar. Y usted ya lo sabe —dice Erin. Y sube de un salto al mostrador para mirarle a la cara.
Cuando todo el mundo ve que es un gato, los susurros recorren la larga fila, atónitos por su bravura ante semejante gorila.
—Lo que te pasó es una tragedia, y nada podemos hacer por eso… —le dice a Víctor—, ya lo sabes. Pero recuerda, somos libres de elegir familia. Y aunque a ti no te dieron esa oportunidad en la infancia, ahora puedes hacerlo. —Los ojos del gorila se cargan de brillo.
—Es muy triste que te repudie tu propia madre —asegura, a punto de explotar—. Las mujeres son así de simples —acusa—. Después de parir ya no son más que esclavas de sus hormonas. ¡Cómo si yo fuese a dañar a alguna de sus crías…!
—¡Cuidadito con lo que dices…! —vuelve a amenazar Erin, alzándose de manos. Y el asombro corre de nuevo por la línea, al darse cuenta de que, en realidad, es una gata. Tan valiente y decidida, que no se contiene—: Te diré algo, orangután —le dice, con intención de insultar—, a mí me pagan por hacer mi trabajo, y ese no es escuchar a mascotas fracasadas. Soy oficial de la administración, no psicóloga. Y a todos vosotros, que murmuráis —se dirige a la fila—, siempre seréis esclavos de vuestros prejuicios. Así, que, deshaceos de ellos.
»¡Siguiente! —exige. Y el pingüino regresa a primera línea de fuego.
—Todavía no atendió mi solicitud —asevera—, y tengo las pruebas que me reclama. Lo de los videos de Víctor era pura improvisación, ante una realidad que nos ciega.
El gorila, a paso tan lento como pesado, atraviesa la puerta de la oficina, de forma literal. Los marcos caen con las hojas. Y mientras algunos todavía ríen por la escena vivida, lo más salado de su alma riega las baldosas de la calle tras cada uno de sus pasos.
Me gusta lo que propones, y con humor!
Me laegro mucho! Espera pues al segundo capítulo. Cumple su parte humorística con creces.
Muchas gracias!
Como todo lo que escribes, me encantan esta propuesta. La seguiré. Y espero que algún día se torne papel en mis manos.
Muchísimas gracias por tu apoyo, Claudia. Puro amor!
Me gusta! Veremos cómo evoluciona
Seguirá su curso de la mano de las propuestas del taller de escritura al que asisto. Así que no será cada semana, pero prometo una periodicidad. Espero que te guste. ¡Gracias!