Reflexiones

Humanos en venta

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¿Cuándo comenzamos a creer que somos un producto más en este océano de «oportunidades»? ¿Por qué nos etiquetamos, equiparándonos a simples artículos que vender a puerta fría? ¿Cómo no entendemos que solo juntos perduraremos?

De la destrucción nació la unión

Nuestros abuelos vivieron la guerra y el hambre que asoló el viejo continente. En consecuencia, comprendieron que debían lograr un encuentro en lo común, en lo esencial de tantos grupos diferentes: su poder adquisitivo, sus propias manos como sustento familiar. Y entre la inanición y la abundancia, apareció la clase media, empujada por la imparable necesidad industrial. Un cúmulo de grupos diversos con una misma preocupación: afianzarse como pilar del sistema capitalista.

Pero sus hijos crecieron en un mundo cambiante, donde los conflictos eran agua pasada, y la competitividad sustituía a la unión como necesidad fundamental. El ser humano entró de lleno en la tercera revolución industrial. Y aquí radica la ironía del resultado: los mismos que hicieron posible esta tecnología ven cómo algunos de los jóvenes que deberían garantizar su jubilación quedan fuera del mercado laboral a causa de sus creaciones. Eso desenmascara al caduco sistema en el que vivimos: comienza su autodestrucción por el mismo lugar que comenzó a crecer, por sus bases. Y la burguesía acomodada, así como las élites, se olvidan del pueblo, relegándolo a las periferias de los núcleos urbanos, cada vez más inaccesibles para el bolsillo de unos obreros que dejarán de ser necesarios, pero no desaparecerán. Seguirán como mayoría alrededor del mundo. Aun así, el capitalismo agresivo impera sobre la razón, aferrándose a la vida como animal herido. La frase atribuida a Julio Cesar, podría ser su propio eslogan: Divide y vencerás.

Ante la certeza de que no desapareceremos, pese a ser «innecesarios», el tramoyista del capitalismo, de manos torpes, visto lo visto desde el año dos mil ocho, logró sembrar su semilla en las nuevas mentes. Esa absurda necesidad por diferenciarse de sus iguales, por competir en lugar de colaborar. Y así, los nietos de quienes lograron la unidad se enfrentan en el ridículo afán de buscar una identidad que pierden por el camino.

Y la unión devino en división

Asistimos a la mayor división de todos los tiempos. Una ruptura maridada con xenofobia, homofobia, y otras sandeces. Y sumamos a este muro cultural el impuesto por el miedo, que no es ni pequeño, ni barato, y nos lleva al peor impuesto social que podamos imaginar: el odio, potenciado por los grupos de poder a través de la pólvora informativa que suponen las redes sociales, capaces de torcer la opinión pública, o aprovecharse de las tendencias para dirigir el resultado. Este cóctel provoca la desaparición de la clase media como siempre la entendieron nuestros padres, su demolición, la destrucción del propio concepto incluso. Su fragmentación en un océano de subgrupos étnicos y culturales, lanzados al ostracismo social con la promesa de un fichaje de última hora, siempre que sepan venderse mejor que los demás.

Y como cualquiera de las fortunas nacidas del trabajo según la creencia popular, en tres generaciones hemos perdido nuestra identidad en la búsqueda de absurdos que nos dividen y nos alejan de un abrazo elemental para nuestra supervivencia. No existe unidad porque el capital tiende a separarnos en su propio beneficio. Porque desde la propia educación nos enseñan a competir contra esos a los que llamamos compañeros, a ser mejores a costa del resto, a superar entrevistas para que otros queden sin empleo. Un sistema educativo que el propio capitalismo ideó durante la revolución industrial. Una «educación» nacida de una necesidad imperial: mano de obra. De ahí el profesor indiscutible, que dicta lo que está bien y mal desde un atril, elevado sobre el resto y con el poder de castigarte si te sales de lo dictado.

Nos toca esforzarnos para reencontrarnos

Suerte que otras formas educativas se presentan, así como lo hacen nuevos modelos empresariales, basados en el bienestar de sus empleados. Y es que, si queremos una sociedad mejor y más justa que engrane también con sus propios avances tecnológicos, no hay lugar mejor para iniciar el cambio. Esa oportunidad de enmendar tantos errores sociales: la educación del individuo para su correcta colectivización. Para que forme parte de un grupo al que todos pertenecemos: la humanidad. Pero sin unidad, tampoco esto será posible.

Si seguimos siendo el producto que vender, jamás tendremos la oportunidad de comprar. Comprar un futuro mejor que el marcado. Una sociedad más solidaria, y una unidad que estuvimos a punto de afianzar no hace tanto como parece. Una vida acorde al avance tecnológico, la dignidad que desaparece de la mano de Globo, Deliveroo, y otras formas de esclavitud europea.

Un aplauso a esos empresarios que entienden que el futuro de su empresa está ligado a la productividad y efectividad, y que estas van de la mano del bienestar de sus trabajadores. Ojalá nuestros hijos tengan una mejor educación. Adaptada también a este mundo cambiante, del que pueden surgir infinidad de oportunidades, pese a asentarse sobre una cuerda demasiado fina… y demasiado tensa.

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