Nuestra enfermedad
Todavía no conocemos el alcance de esta enfermedad.
Con esto no pretendo incidir sobre su extensión, sino sobre su capacidad de penetrar en todos nosotros, en lo más hondo de nuestras raíces sociales, por donde campa a sus anchas desde hace demasiado tiempo.
Los países occidentales se acostumbraron a vivir «por encima de sus posibilidades», y los primeros en hacerlo fueron los mismos que nos recriminaron hacerlo más tarde.
La verdadera enfermedad silenciosa nos socavó la identidad colectiva desde sus inicios y ni siquiera nos dimos cuenta; nos invitó a pisar la cabeza de nuestros semejantes en pos de un triunfo que jamás sería tal; cercenó nuestra moral en su misión de instalar la avaricia en los individuos; nos hizo inmunes a la miseria a sabiendas de que nosotros mismos la provocamos. Y hoy, nos hace pensar en la playa y la cervecita mientras miles de personas mueren en los hospitales, sin remedio aparente, al menos, a corto plazo. «Total, mientras se mueren los viejos o los enfermos, yo puedo disfrutar del sol y la playa». ¡Qué enfermedad tan grande! Que nos aísla de nuestro colectivo siendo animales sociales. Qué lástima de futuro si navegamos sobre un barco que se hunde y ni siquiera nos damos cuenta. Nos aferramos al mismo que nos fustiga con la esperanza de que nos salve…
Hace unos años, allá por el 2008, la señora Christine Lagarde presidía el Fondo Monetario Internacional. Y esta entidad tuvo mucho que ver con los famosos «rescates», que no sirvieron a nadie más que a los bancos en una crisis que mucho tuvo que ver con ellos. Bien, pues hoy preside el Banco Central Europeo, el mismo que se ofrece a «ayudarnos» con los «coronabonos». Lo que no dicen a los medios cuando afianzan su buena fe ante el público es que los tipos de interés no se tocan, por lo que… aten cabos.
También está la cuestión de mando: ¿Quién manda en el BCE? Los que más capital inyectan. Alemania a la cabeza. Y claro, a este estado de la «unión» se le supone rentable y no puede permitir que los «países del sur» devalúen la moneda común. Tras varias reuniones parece que aceptan la realidad, y comprenden que salvarse en solitario no es salvarse, pero todavía hay países reticentes a la ayuda, como Holanda, que tienen toda la razón en sus argumentos sobre la economía. ¡Claro! La moneda es común para el beneficio, pero no para las pérdidas. Ahí está: la representación gráfica de pisar la cabeza a tu semejante en pos de un triunfo que no será tal. ¡El capitalismo! Nuestra mayor enfermedad.
«La economía no puede ser más importante que la salud. Y si nos regimos por un sistema económico que socaba la propia vida, puede que no sea el adecuado…»
Pretensiones sin fundamento
No podemos pretender que exista la unión real entre las diferentes culturas europeas si desde preescolar incitamos a los niños a competir con sus compañeros para llegar antes a una solución, en lugar de premiar la cooperación para alcanzar la mejor de las soluciones. La grandísima mayoría de los problemas que nos lastran como sociedad se podrían erradicar desde la misma base: la educación. Pero no la educación que nos venden, que es algo parecido al adoctrinamiento. Un sistema que poco camió en los últimos doscientos años, desde la revolución industrial, cuando era necesario formar a obreros obedientes, que eran castigados por pensar más allá de lo dictado. Entrenados para obedecer y competir con sus «compañeros».
La verdadera enfermedad que mata a más humanos de los que nadie podría contar no es otra que el sistema capitalista. Con sus guerras por doquier, camufladas de libertad, cuando el motivo siempre es el mismo: el dinero, el petróleo, gas, oro, coltán y un sinfín de productos que enriquecen a unos pocos sobre la sangre del resto. Eso no es patria. El mismo sistema que hoy impide una ayuda más necesaria que nunca en el viejo continente. El mismo que ciega la razón de una nación dos veces rescatada tras sendas guerras que la socavaron. Fue condonada su deuda, ante la inviabilidad de su retorno sin males mayores, y ahora es el verdugo que sostiene la guadaña. Un sistema avaricioso que aglutina el 99% de la riqueza mundial en manos del 1% de la población, gracias al sudor, la miseria y la sangre del otro 99% de los humanos. Una enfermedad que pretendió unir estados que fueron criados para conquistar, para competir agresivamente, para ser mejores que el vecino, que el compañero, que el hermano. Y claro, al final la verdad sale a la luz: la unión europea es una farsa en la que suelen ganar los mismos de siempre en detrimento de otros que siempre somos los mismos. Vamos, como la propia vida. Tal y como nos «educaron». O comes o se te comen.
Nuestra enfermedad silenciosa mata a más humanos de los que se puedan contar,
y está tan arraigada en nuestra sociedad que baila sobre nuestros huesos.
Creo que ya es hora de cambiar algunas cosas… bueno, no. Es hora de cambiarlo todo.
P.D. La UE ha superado el bloqueo de Holanda y lanza un «rescate» para los estados más afectados por la enfermedad (Covid19). Para rescatarnos de nuestra enfermedad real habría que desmontarlo todo, comenzando por dejar de pagar una deuda pública que es impagable…
Excelente artículo la verdad desnuda
Muchas gracias, Martha Arboleda. Y ánimo durante esta borrosa etapa que nos tocó vivir.
Te animo a que eches un ojo por mi blog.
Tan solo me desahogo plasmando lo que creo justo.